sábado, 26 de marzo de 2016

Una mujer desconfiada, parte 4

14.
Pasaron varios días de trajín intenso en la oficina y Paz se dedicó al trabajo pero siempre expectante por ver a Leandro y ver cuál sería su reacción ante él..  No la tenía para nada clara dada la conmoción que le había provocado.  Las últimas noches habían sido de sueños agitados e incluso le costaba dormir al imaginar escenarios y situaciones con él.  En todas terminaba fundida entre sus brazos.  Estaba ya casi convencida de que no se lo podía sacar de la cabeza.
El sin embargo no apareció en todo el resto de la semana, lo cual la desilusionó.  Escuchó en varias ocasiones a Marina hablar fuerte por teléfono y  concretar  encuentros en dos ocasiones con alguien que ella supuso era él dada la forma de vanagloriarse de la mujer.  Esto la enojó primero y luego la puso triste.  Estaba perdiendo el norte por alguien que solo sabía jugar se dijo.  Estaba claro que era un hombre que solo veía las mujeres como objetos.  –Y yo  he caído en sus redes. Pero él no lo sabe– se alentó–  Todo lo que estoy sintiendo no lo sabe y no lo entendería.  Tengo que ser fría y fuerte, tanto que él se desanime y vea que no tiene chance conmigo–.  Eso se prometió y decidió ponerlo en práctica ni bien lo viera.
En tanto Leandro estaba plenamente inmerso en la tarea de averiguar qué pasaba en la obra.  Para ello y luego de mucho pensar, decidió contratar a un investigador privado.  Lo conversó todo con su padre pues ahora si tenía elementos suficientes para compartirlo.  Este se mostró primero asombrado y disgustado.
–Deberías haberme contado todo esto antes, Leandro.  ¡Tengo derecho a saber, aún es mi empresa! – le reprendió con vehemencia.
–Si papá pero no te quería preocupar en vano.  Solo fueron ideas vagas al comienzo. Recién esta semana pude concretar algo más firme como para empezar a averiguar en serio.  Y no quería que pienses que ante cualquier situación corro a ti como un cachorro desvalido.
– Todos necesitamos consejo de tanto en tanto y no es algo condenable.  Yo confío plenamente en tu buen juicio.  Hablaría mal de mí como padre no hacerlo.
–¡Gracias papá!– le contestó emocionado el muchacho.
–¿Qué sabes con certeza? 
Leandro le contó los acontecimientos tal cual se venían produciendo hace algunos meses y su extensa charla con Lucas.  Su papá le comentó que había hecho bien en contactar a su viejo capataz.
–Lucas siempre fue un baluarte para mí, es un hombre honesto y sin dobleces.  Si él te comentó todo eso  es realmente algo serio.
–Si lo sé.  Estoy evaluando los próximos pasos porque quiero conocer exactamente qué ocurre y si es algo delictivo frenarlo ya.
–Debes hacerlo sin demora y con sumo cuidado. Este tipo de gente no tiene escrúpulos de ningún tipo.
–Lo pensé también, por eso creo que lo mejor es encargar el asunto a alguien profesional que pueda lidiar con esto y acumular pruebas.
–¿Hablas de contratar a un investigador?
–Así es.  No solo porque creo que hay un robo sistemático contra nuestra empresa sino porque hay algo más en curso.
–¿Cuáles son tus sospechas?
–Me parece que algún competidor nos está boicoteando y buscando que fallemos en nuestro compromiso.
Era la primera vez que decía en voz alta su real temor.  Lo venía pensando hace días y no veía otra explicación más razonable.  Pero tampoco se daba cuenta de quién podría ser.
Su padre estuvo de acuerdo entonces con seguir por el camino de la investigación profesional y en esa semana misma se contactó telefónicamente con un detective que le recomendaron.  Le aseguraron total profesionalismo y experiencia ya que el hombre hacía varios años se dedicaba al campo empresarial.  Aparentemente lo que Leandro sospechaba que ocurría en su compañía se venía dando con gran frecuencia y a todo nivel en el área de los negocios.  La competencia desleal estaba a la orden del día.
Se reunió en persona con el investigador esa misma semana entregándole todos los datos que tenía por escrito, pues para facilitar todo se había hecho un registro con sus sospechas, los datos de las demoras y accidentes con fechas e involucrados, los nombres del personal que Lucas la había suministrado, etc.  Con todo ello el hombre tendría suficiente para comenzar.  Este le comentó su método de trabajo y le explicó que era un tanto lento para no levantar sospechas y poder recabar las pruebas necesarias.  Esto no molestaba a Leandro en tanto hubiera avances y la situación llegara a buen puerto.
Así la situación encaminada Leandro tuvo tiempo para dedicar al resto de sus negocios que estaban un tanto atrasados.  Y también para el relax, por lo que llamó a Marina para encontrarse y pasar unos buenos momentos juntos.  Ella accedió gustosa y los dos encuentros fueron de puro placer sin consecuencias para Leandro, tal como le gustaba.
Marina apostaba a más y eso se le notaba.  Buscaba alargar los momentos juntos y dotarlos de mayor profundidad.  Charlas largas, cenas en público, paseos, fueron las distintas propuestas que le fue encadenando.  En algunas el hombre cedió, pero finalmente decidió ser claro con ella y plantear su absoluto desinterés en una relación más seria.  Trató de ser lo más cuidadoso posible para no herir a la joven.  Sin embargo  esta entendió con facilidad y no hizo escenas.  Lo asumió aparentemente con toda normalidad y con una elegancia digna,  fruto de una experiencia considerable en estas lides.
 Internamente sin embargo, Marina quedó herida en su orgullo.  Estaba cansada de comprometer tiempo en relaciones que no llegaban a concretarse tal como ella las soñaba.  Por supuesto que nunca haría visible su real sentir y menos aún frente al implicado y a su entorno inmediato.  Era demasiado orgullosa.  Le iba a costar un tiempito acomodarse nuevamente para empezar y apuntar a otro lado.  En tanto, decidió dedicarse a divertirse y trabajar, que era lo que mejor le salía. 
Exteriormente las consecuencias de todo la pagaron sus compañeros, pues su malhumor fue antológico.  Especialmente María Paz fue el blanco predilecto del mismo, ya que era la de menor rango y a quien Marina podía destratar sin tanta consecuencia.  Por otro lado y en su fuero interno, Marina intuía que la muchacha era especialmente considerada por Leandro aunque los demás no lo notaran y ni él mismo lo reconociera si le preguntaban.  Las miradas que le dirigía en forma constante eran prueba suficiente para Marina, experta en relaciones.  O por lo menos en detectarlas, se dijo.  No tanto en mantenerlas. 
Sus cambios de humor en la semana fueron la comidilla en la oficina.  Principalmente Marta la tenía bien monitoreada y cada actitud de Marina era comentada.  En principio su alegría y sus encuentros con el jefe fueron muy criticados frente a dos compañeros bastante más callados y por tanto oídos perfectos para Marta.
Paz por desilusión y enojo, Franco por desinterés.  Diga que trabajaban a la par con Marta y esta era incansable, de lo contrario hubiera sido insoportable para él.  Pero como además tenía buen humor se reía con ella y de ella.
–¡Mira que te gusta el chisme, eh Marta!.  Deja a la pobre Marina que hoy está de malas, se le nota bien.
–Claro– respondió Marta– De seguro anda peleada con el candidato.  ¡Qué descaro es lo que yo digo! 
–Vive y deja vivir, mujer.  Hay que darle alegría al cuerpo.
–Pues ella se la pasa dando, es lo que te digo. 
–Bueno, bueno, ya está.  Dejemos al mundo con sus asuntos.  Dediquémonos a lo nuestro que para ello nos pagan. Paz, ¿tú qué dices?
Esta no le respondió, tan concentrada estaba en sus pensamientos.
–Tierra llamando a Paz, responda–  dijo Franco a las risas–¿En qué piensas mujer?  ¿Tú también estás de acuerdo conmigo en eso de alegrar el cuerpo?
Recién entonces reaccionó la muchacha y se puso colorada. No entendía por dónde venía el comentario de Franco, pues se había perdido los últimos minutos en pensamientos acalorados.  Todos relacionados con Leandro.  Así que cuando escuchó lo de alegrar el cuerpo la sorprendió.  Parecía que le leían el pensamiento. –Pero que ridiculez por Dios, pensó– Cada vez me pongo más tonta.
Para salir del paso dijo una tontera y cambió el tema. 
–Acá tengo las muestras que ustedes solicitaron a la fábrica de telas y también llegaron folletos de las empresas de jardinería.
–Pero bueno Paz, que aburrida eres chica– le dijo Marta.–  Estamos en un impasse y nos haces volver a la realidad.
–Ya bastante le dieron a la pobre Marina, le contestó.  Vuelvan a trabajar flojos.
–¿Pobre dices?  Pero tú tienes vocación de mártir parece.  Te ha tomado de cartón legador toda la semana, te trata de lo peor.  Lo menos que puedes hacer es colaborar en el cotilleo ¿no?
–Es su problema si quiere ser grosera.  Yo cumplo mi trabajo y no quiero que haya malentendidos. 
–Ya en serio, Paz– le dijo Franco.–  Eso no quiere decir que vas a permitir el destrato que te impone.  No es parte del trabajo en ningún lugar. 
–Si lo sé, pero no quiero crear problemas innecesariamente.  Estamos en pleno proceso de concreción de nuestro primer trabajo y no voy a arruinarlo o enlentecerlo con quejas.  Más adelante y si esto sigue lo veremos.
–Te entiendo y me parece bien tu postura– dijo Marta. –Pero que esta Marina es una latosa lo es. 
Y con esto dieron por cerrada la conversación y volvieron todos a trabajar.  Estaban en los últimos detalles del proyecto, a punto casi de finalizarlo para entregarlo a la empresa cliente para que esta evaluara y diera el visto bueno.  Estaban todos conformes y entusiasmados porque las ideas habían fluido y lo concretado gustaba a todos.  Solo faltaban algunos aspectos y esperar el resultado.  Si la empresa accedía, se pondrían a trabajar en el primer proyecto concreto.  Esto era motivo de orgullo y expectativa.



15.
El sábado siguiente a esta conversación todo el equipo se reunió en la oficina a pasar revista de lo realizado y evaluar las aristas de lo que presentarían el lunes al cliente. 
Fernanda mostró de principio a fin el proyecto en el orden que Paz había organizado en una presentación en el ordenador.  Fueron puliendo aspectos de imagen y formatos hasta quedar todos conformes.  Hecho esto todos partieron raudamente a disfrutar el tiempo libre, con excepción de Paz que quedó ordenando el material e imprimiendo las carpetas que el lunes partirían a destino.  La oficina estaba en silencio y eso le gustaba.  El sol se colaba por el amplio ventanal y mientras esperaba la impresión se sentó y cerró los ojos para disfrutar del calor de los rayos.
En esa postura la encontró Leandro que ingresó en busca de su hermana.  La observó en silencio, toda ella relajada y sin la armadura invisible que siempre parecía rodearla.  Era bella realmente, y la sencillez de su vestuario no hacía más que acentuarlo. El fino vestido dejaba traslucir la fineza de su talle y sus largas y torneadas piernas.  La suave respiración revelaba la turgencia de sus senos.  Esto excitó a Leandro, que debió contenerse de abrazarla y acariciarla.
–Buen día– le dijo fuerte, lo que ocasionó que la joven diera un salto en su asiento. 
–¡Por Dios que susto me ha dado!– balbuceó ella mientras se incorporaba con rapidez buscando poner distancia entre ambos.  Es que Leandro estaba apenas a medio metro cuando la saludó.  Tan sigiloso se había acercado o tan inmersa en su mundo estaba ella que no lo escuchó llegar.
–No fue mi intención créeme.  Puedes tutearme sin problemas, yo lo hago.
–Prefiero mantener la distancia para no confundir los roles– contestó ella envaradamente.
– En estos tiempos algo tan simple como tratar de tú no daña las vestiduras de nadie ni veo que tiene que ver con confundir roles.
–De todos modos lo prefiero si no le molesta.  ¿Lo puedo ayudar en algo?  – El muy cínico se sentó con calma y la miró fijo un rato, haciéndola poner aún más nerviosa.
–No gracias, estoy bien.  Me voy a sentar por acá a verte trabajar.  Me gusta observar a los empleados cuando están en actividad. 
Paz decidió ignorarlo y continuar entonces su labor, tratando de finalizar lo más rápido que podía para no estar bajo inspección mucho rato.  El muy sinvergüenza la miraba con descaro, podía ver por el reflejo del vidrio que la recorría toda con la mirada.  Trató de moverse con el mayor recato posible y se increpó mentalmente por haberse puesto ese vestido tan ceñido.  No quería que él creyera ni por un minuto que lo estaba provocando.
En el apuro y al organizar las hojas impresas en las carpetas varias escaparon de sus manos al suelo, desparramándose por toda la oficina.  Allá tuvo ella que agacharse de la forma más elegante que pudo a recolectar todo.  El no se levantó de su asiento ni para ayudarla con una hoja que estaba a sus pies.  La observaba con fijeza.
De pronto le dijo burlonamente.  –Linda ropa para el trabajo.  Voy a pedir a mi secretaria se ponga un modelo igual.  Es muy sugerente, se puede apreciar todo en su justa dimensión.
Esto hizo estallar a la joven, que es lo que él buscaba en definitiva.  Le gustaba verla enojada parecía.
–¡Eres un grandísimo grosero y atrevido sexista!  Yo vine a trabajar a una oficina donde se me da libertad para vestirme, no hay uniforme y nadie se comporta como tú lo haces.  ¡Eres un cerdo que solo tienes una idea en la cabeza! 
–Pero caramba que humos– dijo con sorna Leandro.– Y se te olvidó lo de no tutear.
Y las ideas que me provocas son muy calurosas sí.
Paz no podía más de la indignación y le espetó sin filtro: –Si tú crees que me voy a amilanar o asustar porque me acoses estas equivocado.  Yo ya pasé por esto y no lo voy a soportar esta vez. ¡¡Todos los hombres son iguales, unos manipuladores que buscan sexo basados en el chantaje!!
A esa altura Leandro se asustó porque Paz se había descontrolado y lloraba sin cesar.  Quiso bromear y avanzar con ella y no provocarla a tal extremo, pero todo había salido de contexto.
–Tranquila, tranquila por favor– le rogaba–No quiero chantajearte ni nada por el estilo, créeme.  Respira con calma.
Paz trataba de controlarse pero no podía, los alcances del acoso sufrido en el anterior trabajo y la angustia sufrida se acumulaban a los sentimientos encontrados que Leandro le provocaba. 
Este al ver que sus palabras no hacían efecto alguno y la joven estaba absolutamente desbordada la abrazó tan fuerte como pudo.  Paz se sacudía con fuerza por los sollozos. 
El hombre se maldecía internamente por su brutalidad, pero nunca esperó encontrar tal reacción.  Era evidente el temor de ella a perder el trabajo y él se apersonaba con toda su presencia de jefe abusador y con la peor de sus actitudes lascivas.  Además acababa de escuchar la confesión de la joven sobre un anterior acoso y eso hizo que los remordimientos fueran aún mayores.
Lentamente ella comenzó a calmarse a la par que él le hablaba con dulzura disculpándose sin cesar.
Ella se desprendió cuando pudo y trató de recomponerse, arrepentida de su tremenda reacción.  Sin dudas había acumulado tensiones y no había podido canalizarlas adecuadamente.  ¿Qué iba a pensar él ahora que había gritado su mala experiencia anterior?  Había sido sugerente en relación a su provocativa ropa, lo más factible es que concluyera que ella era la culpable.
Leandro esperó a que se calmara del todo y entonces, ya seguro que Paz lo escuchaba y razonaba le dijo: –No quiero que pienses lo peor de mí, nunca he querido acosarte ni molestarte.  Tengo un modo a veces cínico de hablar, especialmente cuando no puedo expresar adecuadamente mi sentir.  No vine aquí como jefe acosador ni para cambiar sexo por puesto laboral.  No lo necesito créeme.
–Claro, sin dudas tienes aspirantes de sobra– atinó a decir ella.
–No tengo intenciones de alardear, quiero que entiendas que lo que te dije lo hice como hombre que aprecia la belleza.  Me gustas mucho, ya te lo dije, y me fascinaría tener una relación contigo.  Pero solo si ambos lo queremos y sabiendo que no es compromiso para ninguno. Ni para tu trabajo ni para mi soltería.
–No me interesan las relaciones ocasionales y mi experiencia sentimental no es buena.  No quiero confundir trabajo y relación amorosa. Y te ruego mantengas en privado lo que te dije acerca de mi acoso en el trabajo anterior.  No quiero que nadie más lo sepa.
–Por supuesto que no.  Pero de todos modos no veo el problema, la víctima fuiste tú.
–La mayoría de las personas tienden a fijar la culpa en la mujer.  Tú mismo lo dijiste, la ropa provoca parece.
–Te vuelvo a pedir disculpas, me porté como un troglodita.  No lo pienso realmente, pero me provocas tal excitación que a veces mi boca se dispara.
No me voy a cansar de decirte cuánto me gustas.
–Yo prefiero que esta sea la última vez que me digas eso.  Te vuelvo a repetir lo que ya te dije, yo prefiero la soledad a ser un juguete en la colección de alguien.
–¡Qué mal concepto tienes de mí!– se quejó él.
–Claramente ya tienes alguien con quien salir y divertirte en la oficina.  ¡Limita tus armas a Marina y no me incluyas! Ya bastante tensa está la relación entre ambas para empeorarla con tus jugueteos.
Leandro acordó no continuar con sus insinuaciones y se retiró, dejando a Paz agitada y tembleque por el intercambio entre ambos.  Lo que había comenzado como un sábado rutinario se había convertido en una catarsis de sentimientos y sensaciones. 
Se arrepentía de su explosión pero había sido más fuerte que ella.  La insistencia de Leandro acerca de cómo ella le gustaba la había sacudido aún más, pero no quiso bajo ningún concepto decir cuán atraída se sentía ella por él.  ¿Qué caso tenía?  Lo iba a tomar como una puerta abierta a una relación meramente sexual sin ningún futuro.
Paz quería algo más.  Creía que ya era hora de la estabilidad sentimental y soñaba con su propia familia. Lo había intentado una vez hacía años en Argentina, pero no había funcionado.  El hombre elegido no había estado a la altura de las circunstancias y lo demostró al engañarla tan miserablemente con su mejor amiga.  La estafó moralmente y también en lo financiero al quedarse con los ahorros que tan cuidadosamente había guardado ella.  Eso fue lo que la decidió a irse de su país y comenzar una nueva vida en Europa.  Pero los hombres son iguales en todas partes, se dijo. 
Al menos ahora los tantos entre ella y Leandro estaban claros.  El había sido muy claro sobre sus intenciones y ella también.  Los dados estaban echados.
Leandro se fue con lentitud y todavía con la sensación del cuerpo de Paz entre sus brazos.  Y si bien lamentaba haberla provocado de tal forma, creía que ello había servido para sincerarse ambos.  Ya sabían que buscaba uno y otro.



16.
El despertar del lunes fue lento para Paz.  Había aprovechado para dormir todo lo que podía el domingo para recuperar las energías que el trabajo frenético de las últimas dos semanas le había insumido.  Agregado a esto lo vivido el sábado la había agotado. Siempre le ocurría que las reacciones destempladas de alegría desatada o enojo extremo la agotaban.  Decidió poner paños fríos a todo y no pensar más  en lo que podía haber dicho, como podía haber reaccionado, etc.  Lo hecho era irreversible y decidió perdonarse más.  Tendía a auto–castigarse demasiado y a pensar primero en el que dirán los demás.  Eso no la dejaba vivir enteramente, se analizó. 
Se puso como meta divertirse más, disfrutar de su trabajo y tiempo libre.  Y especialmente aceptar más las invitaciones que sus nuevos amigos le hacían en forma constante a salir a comer y a bailar.  Marta o Franco, o ambos, todas las semanas la instaban a lanzarse a conocer la noche madrileña. 
–Ustedes me ven como una solterona, ¿qué voy a hacer yo entre medio de sus parejas? – les bromeaba ella.  Y ellos le aseguraban que les encantaba salir en grupo.
Así que sobre la  mitad de la semana  cuando llegó la contestación afirmativa de la empresa cliente, todos decidieron salir a festejar y Paz no lo pensó dos veces.
Era miércoles a la noche y el plan era buen restaurant con espectáculo tradicional de flamenco y pista de baile.  Todos con sus parejas o algún amigo que quisieran para hacer la velada más animada.
Marina apareció espectacular y con nueva conquista, lo cual asombró a todos.
–Esta pájara sí que se mueve rápido– comentó Marta por lo bajo, provocando las risas de Franco y Fernanda.  Paz sonrió ante las ocurrencias de su amiga, pero no pudo evitar sentir satisfacción que no estuviera con Leandro. 
Todos se sentaron en una mesa especialmente reservada por Marina para la ocasión y pidieron el mejor vino.  Los brindis no se hicieron esperar y la conversación se hizo cada vez más animada.  El espectáculo era maravilloso y a Paz le fascinó.  Siempre le había gustado el ritmo flamenco, pero en vivo y en directo le impactó y la emocionó.  Era un ritmo de pasión, dolor, amor.  Todas sensaciones que ella conocía bien. 
Luego de comer todos se fueron a la pista de baile, ella incluida aunque sin pareja.  Marta y su novio muy enamorados, Marina y su nueva pareja a los besos apasionados, Franco y Fernanda bailando sueltos pero cada vez más animados.  Ella se movía al ritmo de la música y cuando comenzaron las melodías más lentas se dirigió a la mesa.  Para su sorpresa se encontró con Leandro, que recién llegado tomaba una copa de vino.
–Buenas noches María Paz.  Vine también a celebrar con ustedes. 
–Si claro, buenas noches, –dijo ella y se sentó tímidamente. 
–Hagamos las paces y disfrutemos la noche sin rencores, ¿te parece?
–Por supuesto, seamos civilizados, claro,– contestó Paz.
–Y la civilización impone baile, así que bailemos. ¿Te parece?
Paz dudó pero como él se paró y le tendió la mano no tuvo otra opción que hacerlo.  Los demás miraban y hubieran encontrado raro y hasta aniñado una destemplada reacción de ella.
Así que ambos se dirigieron a la pista y justamente entonces comenzaron las melodías realmente lentas.  Sin mediar palabra él la tomó por el talle y la acercó con fuerza.  Paz le puso las manos en el pecho para contenerlo y él se las subió al cuello.
–Nosotros en España bailamos estos ritmos así, bien pegados y no significa nada.  Tienes que aflojarte.
Así que pronto estaban los dos con sus bocas apenas a unos centímetros de distancia y con sus respiraciones confundiéndose.
–Me encanta tu perfume, es dulce y delicado como sin duda lo eres tú–  susurró él.
Ella no supo que contestarle.   El vino la había mareado un poco y se sentía más libre.  A ella también le encantaba su olor fuerte, a hombre recio.
–Estás muy linda con esta ropa informal.  Te hace más joven y fresca.
–Gracias–  Lo único que podía responder eran monosílabos porque se sentía aturdida.  También excitada se dijo.  El éxito en el trabajo, los amigos,  la buena comida, el vino, el flamenco, todo la había transportado a otra dimensión que no era aquella tan estructurada en la que usualmente se movía.
Pero especialmente él, tan guapo, tan hombre. Sus brazos que la rodeaban como tenazas, su cuerpo que buscaba contacto por todas partes.
La salvó Fernanda que se acercó bien contenta a saludar a su hermano.
–¡Hola hermanito!  ¡Qué bueno que viniste a festejar con nosotros!
–¿Cómo no iba a venir a celebrar contigo Fernanda?  ¡Una pegada el contrato que acaban de firmar!
–Si lo es.  Libera a la pobre Paz que la tienes acosada y vamos a la mesa así charlamos y brindamos.
Todos volvieron y la conversación se tornó animadísima.  Paz observó que Marina y Leandro se saludaron  cortésmente pero luego se ignoraron.  Esto la convenció que todo había terminado entre ellos.
Sobre la medianoche comenzaron las despedidas.  Paz había venido con Marta y se pensaba ir en taxi para no complicarles la noche.  Fue Fernanda la que sugirió que Leandro le diera el aventón pues iba por rumbos similares.  Así que nuevamente se encontraron solos en el coche.  Especialmente taciturno él, lo que dejó la conversación en manos de Paz.  Se propuso charlar sobre intrascendencias para evitar cualquier referencia a lo que había pasado entre ellos y evadir cualquier asomo de intimidad.
–¡Qué lindo lugar realmente!  Gran ambientación y muy buena música.
–Aha, contestó él.
–La comida excelente.  Pudimos disfrutar de una noche linda para celebrar el primer éxito.
–Oh sí.
Ya un tanto molesta lo pinchó para obligarlo a contestar algo más.
–¿No tiene más que eso para decir?  Es una noche muy importante para su hermana y por extensión para su familia creo yo.
–Si si, no hay dudas– volvió a contestar él con brevedad.
–No puedo creer que solo eso tenga para decir.   Un tanto frío.
Leandro puso punto final al silencio al frenar de golpe y estacionar con brusquedad.  Venía hace un buen rato poniendo coto a sus deseos de besar a Paz y la insistencia de charla civilizada de ella lo molestaba.  No tenía intenciones de fingir que nada entre ellos pasaba, por tanto cuando lo tachó de frío colmó su paciencia.
–Mira que cálido puedo ser–le contestó a la vez que la tomaba de la nuca con una mano y giraba su cabeza con la otra.  Entonces la besó con fuerza, obligándola a abrir sus labios y ahogando la protesta bajo la pasión del gesto.
Paz se asustó primero,  resistió lo que pudo,  para luego pasar a ser colaboradora activa del beso.  Sin duda el vino había nublado algo su juicio y enjuagado sus intenciones de no ceder ante Leandro.
Fue un largo beso, que comenzó con cierta brusquedad pero se volvió apasionado y sentido por ambos.  Totalmente entregada ella, lo abrazó  y acarició su cabello mientras recibía besos en el cuello y en las nacientes de sus senos.
La pasión los incendiaba y no podían dejar de tocarse mutuamente, hasta que Leandro pudo contener su deseo.  Estaba exultante, pero se daba cuenta que la reacción de Paz era probablemente en parte provocada por la emoción del festejo y sobre todo por el vino ingerido.  Más allá que hubiera seguido con gusto sabía que habría sido aprovecharse de la baja de guardia de la joven y no quería eso.  Lo iba a odiar al otro día y él no iba a poder mirarse al espejo.  Así que con la entereza que pudo la retiró con delicadeza poniendo una mano en su rostro al tiempo que le decía:– No sabes lo que me cuesta desprenderme de ti.  Eres como un dulce veneno.
Paz reaccionó en parte, aún inmersa en la magia del momento y sonrojada de pasión.  ¡Cuánto hacía no se sentía tan viva!
El resto del trayecto fue en silencio, cada uno de ellos aquilatando el peso de lo que acababa de ocurrir.
Leandro se daba cuenta que si bien su vida estaba llena de momentos de deseo y concreciones del mismo, ninguno de los instantes hasta ahora vividos tenía el significado de lo que acababa de experimentar con esa mujer.  Lo había transportado a otro nivel: pasión, ternura, hambre de más tiempo con ella.  Eso lo preocupó porque se sintió vulnerable.  Por ello al llegar la miró descender y se despidió rápido. 
 Provocó un poco de sorpresa en Paz  que esperó un gesto más cálido de retirada. En parte aguó el momento que habían vivido porque ella creyó que para él había sido un instante fugaz más, de esos que probablemente había tenido tantos.
Con torpeza abrió la puerta, en una franca demostración de que el vino había dormido sus reflejos además de su buen juicio.  En la mañana iba a lamentar haber bebido tanto.  Las compuertas se habían abierto y había quedado expuesta ante él.
Todo el discurso que le había dado sobre su forma de encarar las relaciones se había venido al suelo.  Tal vez el se estuviera riendo de ella en ese preciso momento.  Se durmió pensando esto y al otro día no escuchó el despertador por lo cual llegó tarde al trabajo, rompiendo su invicto de puntualidad.



17.
La cabeza le dolía muchísimo y tenía el estómago revuelto.  Su aspecto era lamentable le dijo Franco con diversión.
–¿Viste que tomar mucho no ayuda al cuerpo no?  Estabas más sedienta que expedicionario en desierto.
Paz estaba avergonzada y los chistes de Franco no la ayudaban precisamente, así que le respondió con aspereza.
Pero en lugar de calmarlo lo divirtió más, pues mostraban otra faceta de ella.
– Marta,  mira tú como me trata Paz ahora.  Se nota que Marina le puso algo en el vino anoche.  Está más que amarga.
–Deja a la chica tú– instó Marta –No ves que está molida. 
–¡Pero si tomó apenas unas copas! ¿Qué tanto pudo afectarla?
–De seguro no tomas nunca nada, ¿es así Paz?– preguntó Marta.
Esta aseveró, era real que no era asidua a las bebidas alcohólicas y eso la había afectado anoche.
Franco dejó las bromas porque vio que la situación no era bien digerida por Paz, no sin aconsejarle previamente: –Pues bebe más chica, prueba en tu casita así te empiezas a acostumbrar.  Nos quedan noches de parranda y no vas a estar cuidándote siempre.
Una vez que este se alejó, Marta se sentó a su lado y le inquirió que más ocurría, pues se daba cuenta que el estado de Paz iba más allá del malestar posterior a una noche de tragos.
Esta al comienzo no dijo mucho pero luego se despachó.  Confiaba en su amiga aun cuando no hacía mucho que la conocía y por otra parte necesitaba un oído amigo que la escuchara y aconsejara.  Se veía superada por las circunstancias.  Por ello le relató de pe a pa lo que venía ocurriendo entre ella y Leandro.
–Estaba casi segura que ustedes dos tenían algo, se nota la tensión entre ambos.
–No tenemos nada concreto, ese es el tema.  El me rodea y me busca, pero no quiere nada serio.  A mí me encanta, cada vez me gusta más, y tengo miedo de ceder.  ¡No quiero ser un objeto! – esto lo dijo con todo el énfasis, y le provocó alguna lágrima de rabia.
–¡Pero que hombre más majadero!  Tú tienes que ponerte firme, eso te lo digo.  Este tipo de hombre son solterones empedernidos acostumbrados a tener a las mujeres a sus pies.  Y sabes cuanta pajarota suelta anda, no les faltan conquistas.
–Lo sé, si.  Pero que me guste tanto no ayuda nada.
–Tú debes tener claro lo que quieres para no ir contra tus principios.  Si quieres una aventura la situación se presta mucho y nadie te juzgaría por ello.  Pero si buscas algo más estarías traicionando lo que quieres y comprometiendo tus sentimientos.  Este tipo de hombre es muy difícil que cambien.
Paz estaba de acuerdo con Marta y así se lo dijo.  La llegada de Marina interrumpió su charla y las enfocó directo al trabajo.  Había que comenzar con la realización del proyecto y eso requería mucha programación.  Delinear responsabilidades, contratar personal especializado, comprar los materiales previamente seleccionados, etc. Así que de a poco cada uno se sumió en sus labores.
Leandro por su parte tuvo una jornada ajetreada pues tuvo el primer informe del detective que había contratado.  El mismo aseguraba ya con certeza que existía trasiego de materiales desde la obra hasta un enorme galpón en las afueras de la ciudad y que allí acudían diariamente luego del trabajo los dos obreros ya identificados como ladrones, pero también uno de los capataces de la obra.  El hombre le mostró fotografías y le aseguró que había sido fácil la primera parte de la tarea porque los hombres actuaban con total descaro y sin ningún recaudo.  Esto mostraba que eran unos improvisados en la materia.  Pero sin duda había más involucrados, porque el galpón y el camión que transportaba los materiales no era de ninguno de ellos.  Los ladrones vivían en barrios modestos y gastaban dinero en bebida, mujeres y juego.  No había ningún misterio en ellos.  Necesitaba más tiempo para profundizar, dijo. 
Leandro estaba conforme pues ya había pruebas para proceder.  Pero quería llegar al fondo del asunto y cortarlo de raíz.
Este y otros temas lo mantuvieron ocupado y distraída su mente, pero al atardecer volvió a encontrarse con Paz en la cabeza.  Saboreaba los besos y caricias efectuadas y ansiaba otro momento de intimidad como ese.
Pero estaba asustado, ese era el término y así lo empezaba a asumir.  Era un cobarde sin remedio y escapaba a lo que realmente quería para salvar su situación de hombre libre.
En un intento por rehuir el tema llamó a una de sus amigas para la noche, a una de sus tradicionales cenas con sexo.  Y si bien este fue un ejercicio muy bueno, le resultó vacío al final.  Esto lo convenció que algo en él había cambiado.
Tanto que acudió a su amigo para que lo analizara y le dijera que hacer pues se encontraba sin argumentos.
–Hugo, tenemos que encontrarnos. Estoy en una encrucijada y no sé qué hacer.
–Y acudes a tu buen amigo Hugo a que lea tu futuro y te marque el camino, ¿no? A buen puerto vas por agua, dice el dicho.
–No te burles que estoy preocupado.  Cuando te cuente lo que me está pasando no vas a poder creer.
–Ah, pero estas espoleando mi curiosidad.  Hoy mismo en el restaurant frente a tu empresa nos vemos.
Y tal cual lo acordaron, a las seis de la tarde estaba Hugo esperando a Leandro.  Con un café enfrente ambos charlaron naderías al principio, como cada vez que se veían.  Hugo se interesó por saber cómo iba llevando Leandro la pesquisa acerca de la obra problemática, lo cual fue abundantemente respondido por este último. Estaba mucho más distendido con ese asunto, lo que era raro porque se avizoraba como complicado.  Todo iba rumbo a denuncia policial, juzgados, y tal vez complicaciones con empresas rivales. No podía descartarlo hasta que el detective no finalizara su trabajo.  Pero también era verdad que todo estaba encaminado y próximo a solucionarse, por más que fuera desagradable.
Lo que no tenía visos de solución fácil era su asunto con Paz.  Otro tema hubiera sido si a él no le gustara tanto, pero así estaban las cosas.  Fue Hugo quien trajo el tema a colación.
–¿Qué tanta vuelta tienes?  ¿Es este tema de la empresa lo que te preocupa?  Por teléfono no parecía.
–No, es otro asunto.  Ni sé cómo empezar a contarte porque te digo me da hasta vergüenza. Te vas a reír de mí.
–Y si es lo más probable, –bromeó Hugo,– Pero ¿es lo que hago siempre no? 
–Si es verdad, te tomas mis asuntos amorosos a la ligera creo yo.
–Hasta este momento no he tenido mucha oportunidad de opinar sobre nada serio tuyo.  Así que el asunto es sentimental.  Me dejas de piedra. Tú preocupado por un tema romántico, debe estar por ocurrir algo serio a nivel climático– se rió con fuerza Hugo.
–Mira, deja la tontería.  La verdad te confieso, estoy en una encrucijada de mi vida.  Creo que me estoy enamorando de alguien.
–¿Crees? 
–Es que nunca me ha pasado esto que siento.  Estoy en lucha conmigo mismo y la culpable es una mujer– confesó dramáticamente Leandro.
–¡Ah qué terrible!  Hay que juzgarla y condenarla por tal crimen– sonrió Hugo.  Pero la seriedad de su amigo lo hizo detener la broma y comenzar a escucharlo con mayor atención.  No recordaba haberlo visto tan perturbado por una mujer, al menos no desde la universidad.  Hacía muchos años Leandro vivía el día a día con las damas sin darles ni darse a sí mismo esperanzas de una vida compartida.
–¿Recuerdas a la mujer que te mostré aquí mismo hace algunas semanas? ¿La nueva secretaria que contrató Fernanda para su oficina?
Hugo la recordaba vagamente; no solía prestar mucha atención a los rostros de las mujeres que le mostraba Leandro.  Siempre duraban lo que arco iris luego de la lluvia.
–No la recuerdo bien.  ¿Es ella la que está provocando esta debacle en tu vida?
–Ella es.  María Paz se llama.  Los contactos que hemos tenido se puede decir que han sido pocos.  Pero tan intensos que han bastado para movilizarme.  ¿Cómo es posible que  tres o cuatro encuentros hagan tanto impacto?
–Debe ser muy buena en la cama para que la recuerdes tanto y te guste así.   Perdona el comentario.
–¡Es que no hemos tenido más intimidad que algunos besos y caricias!  He quedado con hambre de más, la verdad es esa.  Pero cuando tuve oportunidad me detuve, pues ella no estaba en las mejores condiciones para tomar decisiones.
–Ahora sí me quedo estupefacto.  Así que pocos encuentros, ninguno sexual y tú estás que no puedes más por ella.
–Es un buen resumen, si.
–Estás chalado por ella– le dijo con total seriedad Hugo.– Te enamoraste perdidamente. 
–Yo no voy tan lejos, estoy confundido sí.  Quiero que me ayudes a entender por qué y entonces…
–Claro– lo interrumpió Hugo– entonces puedes hacer algo para dar vuelta atrás.  Pero mira que eres infantil.  Esto no tiene marcha atrás, no es un auto. Es tu vida, son tus sentimientos.  Y han escapado al control que tan férreamente efectuaste por años.
–¡Pareces gozar que me pase esto!– lo miró Leandro quejoso.
–¿Qué te enamores y apuestes a una relación estable?  Pero claro que lo gozo.  Soy tu amigo y eso es lo mejor que te puede pasar.  ¿Cuándo lo vas a entender?
–Yo no lo vivo tan alegremente cómo tú. Hasta ahora mi vida ha sido muy fructífera.  Sin sobresaltos.
–Pero Leandro, la vida es mucho más que eso.  Son los sobresaltos los que hacen que valga la pena vivir.  Bueno, pero cuéntame más.  ¿Qué dice la elegida?  Porque la verdad que ha salido sorteada entre una cantidad de bolillas, eso hay que decirlo.
–¿Qué va a decir? ¿Tú crees que yo estoy hablando de este tema con ella?
–Ah mira qué bien–insistió Hugo socarronamente–   Del tema  hablas conmigo pero no con ella que es la involucrada.  ¡Vas lindo tú!
–No sé ni que siento claramente.  No quiero darle falsas expectativas.
–¿Ella te ha pedido algo?  ¿Qué te dice concretamente?
–La realidad es que me rehúye.  Siento que ambos nos atraemos de forma increíble, pero ella no parece tener una buena experiencia.  En un momento de ira me lo dijo.  Hay instantes en que se siente acosada por mí.
–Yo cada vez entiendo menos las parejas de ahora.  Tienen todo en sus caras para solucionar temas: solo deben hablar con franqueza y claridad.  Y parece que juegan a las escondidas con lo que sienten.
–El gran problema es entender lo que uno siente–replicó Leandro.
–No me vengas tú a mí con eso  ¿Saber que sientes?  ¡Estás súper preocupado porque conoces exactamente lo que sientes y te da pánico!  Porque te implica comprometerte y entregarte, abrirte a alguien más.
Leandro sabía que su amigo tenía razón y finalmente le dio la razón.  Y le  recordó la historia que ambos conocían.
–A  mí no me fue nada bien la única vez que me enamoré.  Sufrí, y tú lo sabes bien.
–Pero claro que lo sé, yo estuve a tu lado– sostuvo Hugo haciendo su tono más amable– Y también sé que te sobrepusiste.  El problema es que el mal sabor vivido te hizo levantar una muralla alta a otra posibilidad.  Y la vida siempre da revanchas y nuevas oportunidades.
–Lo estoy empezando a aceptar, créeme.  De no ser así no consideraría lo que siento por esta mujer.  Escaparía raudamente.
–Si es así, piensa con cuidado qué vas a hacer.  Si lo que dices es real en relación a las experiencias de ella, debes ir con pies de plomo.  Asegúrate de tener tus ideas en orden, porque puedes lastimarla tú a ella.
Leandro se percató entonces que hasta ahora sólo había pensado en sí mismo y en su seguridad.  Había respetado a Paz como un caballero, pero no había razonado que un mal paso sería devastador para ella también.  Tantos años de individualismo lo habían permeado, reflexionó.
–Siempre me ayudas con tus palabras querido amigo.  Voy a tomar tus consejos.
–¡Por fin!  Estaba cansado de hablar y hablar sin que me consideraras.  Estaba por renunciar–bromeó Hugo.
–¿Renunciar tú?  Imposible, como pedirle a un mastín que deje su presa.

Ambos amigos rieron y para Leandro fue una catarsis la charla.  Más tranquilo, decidió tomarse unos días y pensar en soledad antes de acercarse nuevamente a Paz.  Esto le daría tiempo para ordenar su vida e ideas.

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